Pocos son quienes practican la lectura, aquella isla desconocida para unos, y hábito inteligente para otros. Y menos aún son quienes tienen la suerte de conocerse a través de “El hombre sin adjetivos”. Lo defino así, por supuesto con inembargable afecto, no por no tener el valor de saber enumerar todas sus virtudes, que también, sino porque tiene el arte de hacer una pulida descripción sin emplear apenas el instrumento del adjetivo. No es empresa fácil, si además, a esta poción mágica, se le añade la capacidad lingüística de saber captar la atención de cualquier mortal, por muy ignorante que sea, como me siento yo, cuando lo veo actuar con el exquisito uso de la palabra. A veces, confundo su oratoria con el séptimo arte.
Aseguro que no es consciente de la revolución neuronal que provoca con sus discursos. Letras de Camarón decían: “flota como un velero”; él, hablando, nos hace flotar a nosotros.
Recientemente pude interiorizar en una de sus clases magistrales que el ser humano es lenguaje. Todo ser se comunica hablando con palabras, siente con palabras, piensa con palabras y, las risas y los llantos, también son palabras. Si prácticamente todo son palabras, incluso hasta el más defensor de las matemáticas se arrodilla ante ellas para explicar sus números, nunca acabo encontrando la solución para resolver el problema que tiene la educación de este país. Abandonamos la universidad sin saber expresarnos. ¿Cómo puede un graduado, considerado parte del extremo más alto de la pirámide de la cultura y del conocimiento de una sociedad, finalizar unos estudios sin saber expresarse, sin saber comunicar?
Los cuadernos de pasatiempos, de crucigramas, suelen aportar en sus últimas páginas un listado de soluciones. Esas páginas sabemos que están y, con astucia y picardía, recurrimos a ellas. Al menos, se utilizan. Peor sucede con la pregunta que he formulado, porque sabemos la solución, pero no se aplica, o no se fomenta. Pobre oratoria, desafortunados quienes no te sacan a pasear. ¿Por qué no se induce desde los primeros años académicos a ser buenos oradores? Muchos estrados seguirán estando huérfanos.
No creáis que me he olvidado de nuestro hombre sin adjetivos, en absoluto. Desconozco la capacidad de persuasión que tengo. Espero que en este caso sea bastante, porque os invito a miraros en él, un espejo de los que mejor reflejan la importancia de la experiencia y de la acumulación de sabiduría. Cuando lo oyes hablar te percatas de que solo sabes que no sabes nada y piensas para ti mismo que porqué no lo has conocido antes, que dónde has estado durante este tiempo. Lectores, nunca es tarde.
Quien consigue llevar a la práctica sus famosas tres “C” en su propio ámbito laboral, es decir, convencer, conmover y cautivar, consigue precisamente eso, convencer a un juez, conmover a un público, cautivar a un cliente…
No necesitamos ser más claros, ni enumerar más añadidos a los beneficios del correcto uso del lenguaje. Si la oratoria continúa marcada entre nuestras asignaturas pendientes, los cimientos no serán fuertes y, si la estructura sigue caracterizándose por su fragilidad, el único destino feliz de nuestro proyecto, será, lamentablemente, modificarlo.
Espero no haberle decepcionado, a don José Javier Amorós, aunque si he provocado la decepción, y expropiándole la frase que sigue: habré colaborado ejemplificando el amor al prójimo y contribuyendo a la armonía universal. Merece más presentación; en cambio, aprendí que lo bueno y evidente no la necesitaba.
Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Y, jugando con el léxico, oremos.