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20 abril, 2024
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¿Iguales?

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Marzo es el mes dedicado a la mujer. Miles de actividades se convocan para honrar a las profesionales que día a día hacen del país un lugar mejor aportando sus capacidades y trabajo diario. La mujer trabajadora, la investigadora, la ama de casa, la catedrática, la que se levanta cada día para sacar adelante a su familia y a su comunidad es una figura que debería ser reconocida cada día, y no solo un mes, pues a las dificultades de cada profesión se añaden las cargas propias que la sociedad otorga a las mujeres.

En la Universidad esas cargas se ven de manera directa, sin necesidad de mostrar los datos que las respaldan. Con un porcentaje mayor de estudiantes femeninas que finalizan sus estudios, mayor índice de doctorandas y mayores investigaciones realizadas por mujeres, la realidad presenta que los cargos directivos y los puestos de mayor categoría están cubiertos por hombres. Aunque sí es verdad que en muchas ocasiones esta realidad responde a una proyección generacional en la que anteriormente solo podían acceder a los cargos o solo continuaban los estudios universitarios los varones, hace ya algunas décadas que no es así… y siguen sin cambiar los porcentajes.

Los estudios suelen hablar del denominado “techo de cristal” y los gráficos de “tijeras”, dónde se ve como, llegados a un nivel, las mujeres comienzan a desaparecer de la representación pública. Mujeres que siguen siendo grandes profesionales y tienen mucho que aportar, pero que la sociedad actual no permite progresar ni conciliar las dos facetas que componen a todas las personas independientemente de su sexo: familia y trabajo. La realidad muestra que, llegados a un nivel  formativo/ profesional que se suele corresponder con una edad concreta, a las mujeres se les presenta la disyunción selectiva de o ser madres o ser profesionales. Elegir la doble vía las convierte en “superwoman” a las que la vida misma acaba por asumir en un estado continuo de estrés y de sensación de incumplimiento del deber.

Las universidades, como ejemplos de democracia y impulsoras de la igualdad deben fomentar que no se caiga en estos estereotipos de género. Es una falta de respeto a sus miembros, ya sean hombres o mujeres, la falta de apoyo para que se alcancen los objetivos deseados. En España solo existen dos mujeres rectoras, y es un pequeño orgullo poder decir que al menos una es de Andalucía. Un pequeño orgullo que se transforma en un hecho vergonzoso al disponer de tantas grandes profesionales que pudieran ocupar ese puesto pero que, por diversos motivos, ven acalladas sus aspiraciones en pro de otras figuras que no siempre están a su nivel.

Marzo debería convertirse en un mes de reflexión, de estudio para todas las instituciones en el que se debatiera el por qué de la realidad de las mujeres, y sobre todo en el que se presentaran propuestas realizables. La realidad ya la conocemos y está más que estudiada, lo que ahora se necesitan son soluciones prácticas para que dentro de otros diez años no tengamos que seguir hablando de techos ni tijeras que colapsan el avance femenino. Si la Universidad es sede de Igualdad debe ser también ejemplo de ella.


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