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25 abril, 2024
Tribuna

‘La crisis sí tiene un fondo’

No parece posible dudar que en toda concepción económica hay implícita una concepción sobre el hombre, una antropología subyacente. Es por ello por lo que la apelación a la avaricia humana como fuente envenenada de la crisis que nos atenaza se vuelve recurrente en muchos analistas financieros. Algunos de ellos, quién lo iba a decir, citan ya a San Mateo, San Pablo, o a los Santos Padres, con el mismo desparpajo con que podrían citar a Adam Smith, Karl Marx, o John Maynard Keynes: “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt.6,24). “La raíz de todos los males es la avaricia….” (1 Tm. 6,10). “La avaricia engendra tal frenesí que aumenta más y más con la riqueza” (Casiano, Instituciones). “La avaricia es insaciable, no teme a Dios ni respeta al hombre, ni perdona al padre ni guarda fidelidad al amigo; oprime a la viuda y se apodera de los bienes del huérfano” (San Agustín, Catena Aurea).

Sin dudar de su sinceridad, las citas de estos analistas parecen responder más a una reflexión con tintes melancólicos sobre la naturaleza humana, producto del choque con una realidad brutal, que a una auténtica toma de conciencia que asuma el riesgo de enfrentarse sin prejuicios a los fundamentos de un modelo que no responde al bien integral del hombre.

No olvidemos que las sesudas valoraciones sobre los aspectos técnicos de la crisis vinculados a los fallos de la regulación – en el cataclismo de las subprime y sus derivados- , sobre los errores de política económica –en contextos de crédito fácil- o sobre las deficiencias de los sistemas productivos –excesivamente orientados a la construcción y poco competitivos- , se antojan, aunque inevitables, demasiado coyunturales y pegados al terreno. Lo que interesa aquí y ahora es identificar la cosmovisión que guía toda una manera de concebir las relaciones económicas entre los hombres.

En este sentido, el énfasis en el exceso de confianza en la economía financiera frente a la economía real y en la necesidad de una ganancia justa frente a una codicia desaforada, no deja de ser superficial, pese a que responda a un diagnóstico correcto de la situación. El planteamiento ha de ser más radical, pues estamos hablando de crisis periódicas cuyos perfiles esenciales se repiten una y otra vez a lo largo de la historia del capitalismo.

En mi modesta opinión, cuando desde la supuesta derecha española se afirma que “la economía lo es todo”, se dibuja con toda nitidez cuál es el problema de fondo. Que no es otro que la importancia desmesurada que Occidente ha otorgado al progreso técnicoindustrial, incremento de bienes de consumo y al bienestar social; lo demás es subordinado o secundario. Se trata por tanto del triunfo póstumo de la concepción materialista de Karl Marx, para quien la estructura de la sociedad venía constituida por la economía, mientras que todo lo demás, arte, derecho, filosofía, moral, etc. devenía en superestructura. Justo como don Mariano, cuando dice que la economía lo es todo. Y este es el irónico bucle al que nos ha llevado la renuncia del hombre occidental a cultivar su dimensión espiritual, la que nos hace hombres por sus funciones superorgánicas inexistentes en plantas o animales. Que un líder de la derecha occidental coincida en su planteamiento político esencial con el inventor del comunismo significa que probablemente nos hallemos ya en la “república de cerdos” de la que hablaba Platón en “La República”, y que satirizó Huxley en “Un mundo feliz”. Un mundo feliz hasta que los que se han encargado de cebar el ganado deciden que ha llegado la hora de la gran matanza.

El planteamiento ha de ser más radical, pues estamos hablando de crisis periódicas cuyos perfiles esenciales se repiten una y otra vez a lo largo de la historia del capitalismo.

Y no se me diga que exagero: el Estado, cual Dios en la tierra, constituido en máquina que da y quita, produce y suprime los derechos del hombre, ha puesto al hombre total (animal espiritual), en discusión, de manera que el Estado lo devora, lo digiere y lo excrementa como más cómodo le resulta. Y siempre bajo la invocación de “intereses superiores del Estado”, “salud pública” o más modernamente, “mantenimiento del Estado del Bienestar”. El hombre, solo frente al Estado: he ahí el peligro de suprimir a Dios y al espíritu.

Por por Pablo A. González Herrera
LICENCIADO EN DERECHO


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