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16 abril, 2024
Nacional

Un equipo de la UCM gana el Premio Nacional de Resistencia a Antibióticos

Antibióticos

Un equipo de investigación de la Universidad Complutense de Madrid, liderado por Bruno González Zorn del Departamento de Sanidad Animal de la UCM e investigador del VISAVET, ha conseguido el Premio Nacional de Resistencia a Antibióticos gracias al trabajo Spread of mcr-1-carrying Enterobacteriaceae in sewage water from Spainque ha sido publicado en la revista Journal of Antimicrobial Chemotherapy. Este artículo científico, de acuerdo con González Zorn, está basado en el descubrimiento de mcr-1, un gen de resistencia a colistina.

“La resistencia a antibióticos es el mayor problema sanitario al que nos enfrentamos, ya no hay ninguna duda”, ha ratificado este profesor al igual que también lo han hecho instituciones internacionales como la ONU y la OMS. Con respecto a este tema, desde 2014 la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios es la encargada de organizar el Plan Nacional de Lucha contra la Resistencia a Antibióticos y, al acabar la primera fase de ese Plan, publicaron una convocatoria de estos Premios, ganando el equipo de la UCM una de las categorías del mismo.

Antibióticos

Así, González Zorn ha explicado que la colistina es un antibiótico que se descubrió en los años 50 y “se desechó para el uso humano porque, cuando se administraba por vía parenteral (subcutánea, intravenosa), se vio que era un poco tóxico para el riñón”. Aquella era “una época con superávit de antibióticos y para cada infección bacteriana se podían elegir cuatro o cinco diferentes”. Las bacterias todavía eran sensibles y se descubría un antibiótico cada seis meses, así que “como había muchos antibióticos buenos sin ninguna toxicidad se decidió dejar la colistina solamente para medicina veterinaria, que es donde sí se ha utilizado durante décadas”, ha añadido.

Durante ese tiempo se han puesto muy pocos antibióticos nuevos en el mercado, y los demás se han utilizado masivamente, provocando muchos niveles de resistencia. En este sentido, el investigador ha informado de que hace unos cinco o seis años se vio que los pacientes, a nivel intrahospitalario, se morían por infecciones y no había ningún antibiótico que pudiera curarles”. Así que se pensó en utilizar la colistina, que debido a su toxicidad, “solo se había permitido en pomada durante los últimos 40 años”, ha comentado.

Colistina

De este modo, “es cierto que la mayoría de los pacientes que lo utilizan de manera oral desarrollan un fallo renal a los pocos días, pero se pensó que si ese antibiótico era capaz de acabar con la bacteria que mataba al paciente, eso permitiría su supervivencia esa misma noche y luego se le podría curar ese fallo renal”.

Por tanto, en los últimos cinco años, la colistina se ha convertido en un antibiótico de ultimísimo recurso en medicina humana. A este uso en clínica de la colistina se ha sumado, desde 2016 y en colaboración con la AEMPS, una reducción de un 80% de la cantidad de este antibiótico que se utiliza con los animales. El aumento de su uso en humanos ha llevado a la aparición de un nuevo gen, resistente a colistina, el mcr-1 (mobile colistin resistance).

Aguas residuales

De acuerdo con el profesor complutense, hasta hace tres años todas las resistencias a colistina que se conocían eran cromosómicas, es decir, que las bacterias “no eran capaces de diseminar esa resistencia a otras horizontalmente, pero entonces se descubrió el gen mcr-1 en China, en concreto en pollos”. Así, la primera cepa resistente en el mundo a antibióticos de último recurso, tanto carbapenemas como colistinas, la descubrió el grupo de González Zorn en un paciente humano en Venezuela, “aunque ese trabajo no es el que se presentó al Premio, sino otro en el que se ha querido saber cómo de distribuido está ese gen nuevo en la población sana y en la naturaleza”, ha desvelado el investigador.

Sobre el estudio, González Zorn ha afirmado que “no es fácil hacer un ‘screening’ para conocer el nivel de resistencia a antibióticos en los pacientes sanos, así que optaron por tomar muestras de aguas de dos ríos en Barcelona, y de plantas de aguas residuales en esta ciudad”. De este modo, se descubrió que “el gen mcr-1 no está presente en la naturaleza, lo cual es una buena noticia, porque no está diseminado, pero sí que hay muchas bacterias en las aguas residuales barcelonesas que tienen este gen”, reconociendo el investigador que “es algo que no se esperaba, porque nadie pensaba que este gen con resistencia a colistina hubiera sido capaz de colonizar a personas sanas en una gran ciudad”, ha concluido.

Artículo premiado

El artículo, que ha sido premiado, fue publicado el año pasado y en 2018, en el Congreso de Microbiología Clínica se presentaron estudios realizados en varios países en los que han emulado este trabajo, en donde han descubierto que en otras naciones, como Francia, también hay personas sanas que son portadoras de este gen. Por este motivo, “este gen nuevo no solamente está restringido a explotaciones animales donde se utiliza colistina o a algunos pocos pacientes, sino que está distribuido en pacientes sanos, lo que ha revolucionado un poco el concepto de qué podemos hacer para encontrar este gen y cómo bloquear su diseminación”.

En referencia a este asunto, hay varias hipótesis de cómo ha podido pasar esta transmisión. Una de ellas es que “Barcelona, o Cataluña en general, es una región de alta producción porcina, y aunque se ha reducido la utilización de colistina, allí es donde más se sigue utilizando actualmente en los animales”. Así que es posible que “el gen mcr-1 haya pasado a las personas que tengan contacto directo con los animales o que se alimenten de ellos”.

Para ratificar o descartar estas hipótesis “habría que emular este estudio en algún lugar donde no haya explotaciones porcinas o no haya una alimentación basada fundamentalmente en animales”, ha informado. Otra opción es que este gen se cotransmita de una persona a otra, junto a otros genes de resistencia, de forma que cuando se utiliza un antibiótico la bacteria adquiere resistencia a éste, además el gen mcr-1. Aunque esta hipótesis, como ha asegurado González Zorn, “es poco probable”, ha concluido.


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