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OpiniónParaninfo

28 de abril 2021, Día internacional de concienciación frente al ruido

28 de abril 2021, Día internacional de concienciación frente al ruido

Estaba previsto que 2020 fuera el Año Internacional del Sonido, pensado para dar visibilidad a la importancia que tiene el sonido en nuestras vidas. Con la llegada de la COVID, muchas de las actividades previstas, tuvieron que ser suspendidas o aplazadas. Sin embargo, en cierta medida, y de forma colateral, la pandemia sí ha contribuido a visibilizar la importancia que tienen el sonido, el ruido y la acústica en general en nuestras vidas.

A escala mundial, hemos asistido a una reducción inédita de los niveles sonoros en las ciudades. Ha sido una reducción prolongada y muy notable, al ser impuesta por las restricciones de movilidad. Una gran reducción en el número de vehículos, eliminación de atascos, cancelación de vuelos, menos gente en las calles, toques de queda que, prácticamente, han erradicado el ruido del ocio nocturno. Se ha medido en muchas ciudades, pero no hacía falta, se percibía a oído.

Menos ruido en las calles nos devolvía sonidos que permanecían ocultos, enmascarados por el tráfico. Junto a la disminución de los decibelios, observamos una tremenda transformación del paisaje sonoro. La tranquilidad se convertía en siniestra prueba del contexto: ausencia de gente en las calles, parques sin niños, terrazas desiertas. Este ambiente sonoro con sordina no sólo redujo su intensidad haciéndose más silencioso, sino que se hizo menos vibrante, más apagado Cada sonido reclamaba su protagonismo, y potenciaba su significado. El paso de una ambulancia, una conversación en la calle, el sonido de un teléfono móvil, un martillo neumático, una moto que no termina de callar. El tan reclamado silencio tenía un tono turbio que lo hacía menos apetecible.

Se redujo la contaminación acústica, y aumentaron los ruidos, sobre todo en las viviendas. Como podemos leer en prensa, las denuncias por ruido se han multiplicado, lo que demuestra que una parte del problema, derivado de las agresiones sonoras, se está haciendo más visible. Ya no es sólo el problema de tiquismiquis. Estuvimos más tiempo en nuestras viviendas, y nuestros vecinos también. Y nos dimos cuenta de lo ruidosos que son ellos. Nos dimos cuenta de las carencias de aislamiento acústico de nuestras viviendas. Y, nos dimos cuenta de que, cuando no es posible huir, su presencia puede resultar insoportable.

Tras los primeros meses de pandemia, con el desconfinamiento, las restricciones empezaron a ser cada vez más laxas. Y, junto a la movilidad, se fue recuperando la contaminación acústica. Pronto, también se retomará plenamente la actividad en las calles, y desaparecerán los toques de queda. Y quizá deberíamos aprovechar este inusual protagonismo de la acústica para integrar plenamente la lucha contra el ruido en toda estrategia municipal, ya que hay muchas personas que no pueden huir de este contaminante.

La contaminación acústica puede ser motivo de estrés y ansiedad. Lo que puede empezar como un problema de molestia, se va transformando en un problema cada vez más serio, que no afecta por igual a todas las personas de un mismo barrio, incluso de una misma vivienda. Pero no hay que minimizar su importancia, sobre todo, si tenemos en cuenta que en muchas ocasiones la respuesta subjetiva de una persona puede verse agravada por la falta de sensibilidad, empatía o transparencia de los responsables de la gestión del ruido.

En las ciudades se acumulan fácilmente muchos de los problemas asociados al ruido. Por esto resulta necesario planificar la acústica de la ciudad. Es fundamental que los ayuntamientos cuenten con profesionales que sepan de acústica. Profesionales que puedan poner cordura acústica al planeamiento urbanístico. Porque en los ayuntamientos ya suele haber personas que saben de movilidad, de licencias, de urbanismo, incluso de calidad del agua, residuos o eficiencia energética, pero, casi nunca hay alguien que sepa de ruido. Alguien que, además de gestionar quejas o realizar mediciones, se preocupe de planificar las mejoras acústicas para que en el futuro la ciudad sea más silenciosa y más saludable. Debemos tener en cuenta que el ruido de dentro de 20 años se está gestando hoy, y, por lo tanto, es ahora cuando deben abordarse las soluciones. La insalubridad que produce el ruido debe ser tenida en cuenta, valorada y ponderada, más allá de la molestia. Los residentes no son sujetos pasivos de la gestión, son una pieza fundamental. Su salud está afectada, pero además, forman parte del problema. Por eso, deben ser involucrados, para que conozcan los riesgos, para que comprendan las necesidades, para fomentar la empatía y promover una gestión participativa del problema. Este día internacional del ruido es un paso en esa dirección, pero no puede suplir el necesario esfuerzo continuado de concienciación por parte de las autoridades, especialmente las autoridades locales. Alcaldes y alcaldesas, entiéndanlo, no es molestia, es salud. Hagan crecer la idea en todas las áreas del ayuntamiento. Fomenten un observatorio del ruido. Gestionen el ruido, no se olviden de la contaminación acústica. Gestionar el ruido es una inversión, no un gasto.

Por César Asensio, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería y Sistemas de Telecomunicación de la Universidad Politécnica de Madrid.

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