La igualdad entre mujeres y hombres aún no se ha alcanzado en ningún nivel educativo. La universidad no es ninguna excepción. A pesar de las leyes, planes estratégicos y planes de Igualdad, las universidades deben seguir trabajando a fondo para deconstruir la estructura patriarcal en la que están sumergidas.
La explicación, que no justificación, a la permanencia del sexismo en la universidad no puede ser otra que la consistencia e impermeabilidad de un modelo patriarcal que ha impregnado nuestra cultura y que traspasa las barreras ideológicas. Las leyes no pueden ser eficaces en tanto en cuanto la sociedad no transforme su errónea atribución de roles estereotipados de género en una distribución igualitaria de tareas, no sólo en el ámbito público, sino también en el privado.
Para que esta transformación se lleve a cabo es imprescindible una educación desde la infancia en valores igualitarios. No sólo en el ámbito escolar, sino también en el familiar. Pese a los esfuerzos de las distintas instituciones, el efecto ‘espejismo de la igualdad’ retrae los efectos positivos que pudiesen tener las acciones positivas en favor de la igualdad.
Romper con la inercia es difícil, pero la universidad no debe cejar en el empeño. Muy al contrario, debe comprometerse cada vez más
Lo cierto es que, al llegar a la universidad, el alumnado no conoce otra propuesta distinta. Entre otras cosas, porque la mayoría de las veces no reconoce la desigualdad. Influenciado por la educación recibida, reproduce sin ser consciente patrones sexistas y conductas estereotipadas.
Aunque es necesario reconocer que se producen cambios positivos, éstos son insuficientes. Romper con la inercia es difícil, pero la universidad no debe cejar en el empeño. Muy al contrario, debe comprometerse cada vez más en formar a una ciudadanía corresponsable, con valores igualitarios, respetuosa con la diversidad, y una ciudadanía formada por hombre y mujeres que gocen de las mismas oportunidades y derechos, tanto en el ámbito personal como en el profesional.
Artículo escrito por Mercedes Osuna Rodríguez, directora de la cátedra de estudios de las mujeres ‘Leonor de Guzmán’ de la UCO.