La Universidad de Cádiz estrenó ayer la exposición The Mexicanas, de la fotógrafa Paola Bragado, que puede visitarse en la sala Kursala del edificio Constitución 1812 de Cádiz hasta el próximo 25 de mayo. Esta muestra retrata a las ficheras, que son mujeres que acompañan a bailar a clientes en clubes nocturnos de música en vivo, un oficio muy popular en los años 30 y 40 que todavía, hoy en día, se mantiene en algunos locales.
Esta exposición está organizada desde el Vicerrectorado de Cultura de la UCA y comisariada por Miguel Errazu. El trabajo de Paola Bragado ha estado siempre vinculado a lugares de paso, localidades en las que ha vivido temporalmente y en las que ha compartido espacios con mujeres que seguían trayectorias parecidas a la suya. Entre los años 2003 y 2015 su trabajo fotográfico se centró en el retrato de aquellas mujeres nómadas, cuyas vidas asociamos a la precariedad, la migración y el espectáculo. Estas series suponen formas de aproximarse a un espacio de imágenes dominado por representaciones arquetípicas de lo femenino. Contra este imaginario, la fotógrafa planteaba su práctica como un ejercicio lúdico con ellas en el que jugaba al reempleo de las apariencias y los gestos sociales.
Su llegada a la Ciudad de México en 2015 marca el inicio de un cambio de trayectoria en la manera de afrontar su práctica y, sobre todo, su uso de los materiales y medios de expresión. Así, comenzó a desarrollar una serie en torno al retrato de ficheras, que consiguen pequeñas cantidades de dinero con cada baile, copa o botella que consumen junto a sus acompañantes. Este oficio, que se remonta a la época dorada de los salones de baile de mambo, en las décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado, sobrevive aún en algunos locales. Sin embargo, las condiciones de trabajo son cada vez más precarias y suelen empujarlas a situaciones de explotación y violencia.
The Mexicanas es el título del libro y la exposición que recoge este primer acercamiento a la Ciudad de México. En este proyecto combinan de manera irónica ambas realidades. De un lado la superposición de materiales, signos y estructuras del espacio urbano, en el que supuran las formas de un patriarcado violento. Y de otro las imágenes que tomó de estas mujeres en sus espacios de trabajo. Además, como gesto de reapropiación femenina de esos locales de baile, comenzó a invitar a conocidas y amigas a compartir poses y sesiones con las ficheras. Este juego con la impureza del retrato documental le llevó, también, a ensayar otras maneras de construir la gestualidad. De esta manera comenzó a explorar un gesto que se alejara de la “corporalidad espectacularizada” del interior del salón de baile, pero también de cierto fetichismo de la cotidianidad, que tiende a naturalizarlas en sus espacios privados. :