Los jóvenes que tienen buenas relaciones afectivas con sus padres afrontan la universidad con más seguridad y menos ansiedad, ya que la evolución de éstas en el ámbito familiar a lo largo de las distintas fases del crecimiento madurativo de los hijos tiene un impacto importante en su desarrollo intelectual, afectivo y social. Esta es una de las tesis fundamentales del libro La relación del apego:posibilidades educativas de la psicopedagoga Carmen Ávila de Encío.
Esta obra, que ha sido presentada en Schiller International University, analiza cómo esta relación afectiva es el soporte para que padres, educadores y orientadores desarrollen con éxito la acción educativa con niños, adolescentes y jóvenes adultos. La autora ha explicado que cuando los padres aportan un «amor consistente e inteligente, el hijo se siente comprendido, acogido y querido de forma incondicional y eficaz, generando un soporte emocional que sustenta su autoestima”.
Así, según expone en su libro, esta unión evoluciona a lo largo del tiempo y termina también teniendo un impacto determinante en el desarrollo académico en todas sus etapas. También Ávila ha asegurado que las interacciones de los padres con sus hijos «generan una relación de apego estable y segura, y potencian sus capacidades. Un hecho que se pone especialmente de manifiesto durante la etapa adolescente, previa a la Universidad».
Mantener el apego
Sin embargo, precisamente en esta fase previa a convertirse en un joven adulto es cuando la relación de apego sufre las mayores dificultades. “Es un momento de inestabilidad emocional y desasosiego interno que rompe la sintonía que los padres habían establecido”, ha declarado la autora durante la presentación en SIU. Así, la clave principal es que las conversaciones con los hijos adolescentes sea un diálogo inteligente, que invite a la reflexión y en la que no se transmitan conclusiones u órdenes, sino preguntas.
“Como padres, debemos evitar los interrogatorios, la moralina, la descalificación de su persona y su mundo y hacer la charla distendida, sugerente y no necesariamente centrada en aspectos personales”, ha aconsejado la psicopedagoga. De acuerdo con la tesis de la obra, el adolescente se convertirá en un joven adulto con «unas alas que les permitirán volar lejos, porque están arraigadas en unas fuertes raíces: el afecto, la confianza y la estima de sus padres hacía él y viceversa”, ha detallado la autora.
‘Círculo virtuoso’
En este sentido, cuando los progenitores orientan a sus hijos para desplegar todas sus capacidades en libertad se forma un ‘círculo virtuoso’, es decir, el hijo reclama un vínculo afectivo, estable y confiado con sus padres; y, a su vez, los padres y educadores pueden desarrollar la acción educativa que les es propia. Este proceso tiene lugar con la utilización de recursos educativos adecuados, entre los que la autora distingue cuatro: autoridad, comunicación, aprendizaje por imitación de modelos y educación por objetivos.
En primer lugar, la autoridad es entendida como un derecho del niño a ser orientado en su vida. «Cuando esta se ejerce mediante un control y un afecto equilibrados, no deriva ni en permisivismo, ni en negligencia, ni en autoritarismo”, ha indicado la escritora. En segundo lugar, la comunicación verbal y no verbal en la familia, que incluye también un “saber escuchar”.
En tercer lugar, el aprendizaje por imitación de modelos. Y, por último, es necesario plantearse objetivos concretos y viables en la educación de los hijos, que incorporen la motivación, el esfuerzo y la resistencia al fracaso. «La meta final es que ellos sean quienes asuman sus propios objetivos y los desarrollen al término de la adolescencia y en el inicio de la etapa del joven adulto”, ha reiterado.