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19 abril, 2024
EditorialOpinión

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Editorial de Aula Magna sobre las consecuencias que acarrean los fraudes en cuanto a títulos universitarios que acaban con el prestigio.

El nuevo curso académico ha arrancado de forma oficial en toda Andalucía. El protocolo institucional volvió a ser el gran protagonista durante estas semanas, devolviendo el carácter solemne a unas instituciones puestas en el punto de mira por los medios.

Durante todo el verano hablar de universidad ha estado ligado con el desprestigio de la institución y de los certificados que de ella emanan. Y es que en la imagen colectiva de la ciudadanía poco a poco está quedando fijada la idea de que la Universidad, en mayúsculas, es solo eso: un emisor de certificados, los cuáles puedes ser comprados, venidos y manipulados.

La creación de las universidades ha estado históricamente ligada con el concepto de prestigio, solemnidad, conocimiento y formación. Una creencia que al ser admitida se ampliaba la aceptación de todo lo que en ella se producía. Los estudios, investigaciones y, en general, el conocimiento creado se aceptaba por toda la sociedad ya que se confiaba en su imparcialidad y además era la institución legitimada para ello. Pero poco a poco parece que esto se está perdiendo.

Si aceptamos una universidad en la que los títulos no son más que certificados para chequear en un curriculum ¿qué prestigio y confirmación queda para el resto de “certificados”? Se puede llegar a deslegitimar  a un grupo de investigación completo por estar vinculado a un centro u otro ¿y es que no deben todos cumplir los mismos pasos de rigor en sus estudios?

Aceptando que un engaño ante un título no tiene importancia o que se puede tener un comportamiento especial con algunos estudiantes debido a su procedencia se ataca de forma directa e indiscriminada a los cimientos de la universidad, donde la igualdad de oportunidades y la meritocracia suponen un sello de honor que ha sido mancillado. Si desde las instituciones no se toma ninguna medida al respecto la sociedad responderá, con criterio, eliminando el velo de dignidad y honor que la ha mantenido todo este tiempo.

Se comienza desacreditando los títulos, presentándolos como meros papeles, en los que no se tiene en cuenta la formación que hay detrás. Una formación que en ningún caso ha sido motivo de debate, pero que es la esencia e inicio del mismo, pues se entiende que si solo basta pagar unas tasas (ya sean económicas o no) para conseguir el título poca importancia tiene que de verdad el alumno esté capacitado para desempeñar la labor que el certificado expone.

El fin es sencillo, si no se pone remedio se acabará con una universidad sin prestigio y sin reconocimiento social, donde poco a poco también se eliminará la capacidad para legitimar el conocimiento que en ella se genera, pudiendo llegar a aceptar cualquier tesis como válida, pues quien paga manda.


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