Hace menos de un mes se viralizó una carta de un catedrático de la Universidad de Granada, donde, de manera paternalista, trata de explicarle al estudiantado universitario cómo se le está engañando con sus estudios. Bajo la fórmula «Querido alumno», enumera una serie de medidas que ha tomado, en su opinión, el profesorado universitario, como bajar el nivel de las asignaturas, aprobar a más estudiantes o catalogar los trabajos y presentaciones de «teatrillo de Navidad de primaria».
La condescendencia con la que ciertos profesores evocan tiempos pasados como la época dorada de la Universidad, contrasta con su desconexión absoluta de la realidad del estudiantado y con un hedor clasista que sigue atrincherado en una Educación Superior del siglo XIX, solo para la élite. Hablar de irrisorias tasas académicas públicas cuando España está entre los 10 países europeos más caros para estudiar títulos universitarios, evidencia la torre de marfil en la que se encuentra.
Si raramente asiste a clase más de un 30% del estudiantado universitario, puede que sea el momento de replantearse quién es el problema y dónde está la solución. Emplear la misma metodología docente que hace veinte años es el sinónimo perfecto del inmovilismo de la Universidad: si algo funciona bien, no lo cambies. Es muy sencillo detectar qué clases se han convertido en una herramienta útil de aprendizaje, cuando puedes ver que están llenas sin necesidad de emplear la asistencia obligatoria.
Querido profesorado, la solución no está en nosotros, la universidad la conformamos todas las personas que estamos ahí: estudiantado, personal y profesorado. Nuestra opinión es igual de válida y fundamental si queremos caminar en la misma dirección para cambiar este sistema que, en muchas ocasiones, sigue anclado en tiempos pasados. No nos engañemos, el foco no está solo en el estudiantado.
Por Nicolás Marco Hernández Arizaga
Presidente de la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (CREUP).