“No estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Esta reflexión de Voltaire refleja bien un sentimiento que resurge en estos días con fuerza ante la masacre terrorista de Paris y que nos incita a defender la libre circulación de ideas, el derecho de todos a expresar libremente su pensamiento, aún cuando no lo compartamos. No debe ser de otra manera. La libertad de expresión es un derecho humano fundamental que, nos dice la Unesco, constituye un elemento crítico para la democracia.
El ejercicio de este derecho sólo es posible en sociedades democráticas, plurales y suficientemente formadas, que no tengan miedo al mensaje y que permitan aplicarlo a todo y a todos: ciudadanos y medios de comunicación, por supuesto, pero también muy especialmente a Internet y a las nuevas plataformas de comunicación, que seguramente van a contribuir al desarrollo de la democracia, de la educación y del diálogo.
Surgen ahora voces que piden limitar la libertad de expresión en aras de una mayor seguridad: ¿Cómo se podría hacer? ¿Dónde se pondría el límite? Considero que cualquier enfoque normativo pondría en peligro este derecho que, como cualquier otro, debe ejercerse con responsabilidad para no vulnerar los derechos y libertades de otros. Injuriar, calumniar, incitar al odio, al racismo o al terrorismo, entre posibles excesos, está ya penalizado en la normativa vigente. Sí sería necesario, en situaciones como la actual, canalizar todo el esfuerzo en incentivar la tolerancia, el conocimiento del Otro y evitar así que los terroristas consigan su principal objetivo: subvertir nuestros derechos y libertades.
Cualquier enfoque normativo pondría en peligro este derecho que debe ejercerse con responsabilidad para no vulnerar otro
No podemos permitir que nadie nos ponga en la diatriba de elegir entre seguridad o libertad. Ni su desaparición nos garantizaría seguridad alguna. Utilizar el temor de una sociedad conmocionada para recortar libertades no es aceptable ni aun cuando se hiciera de manera temporal. Como decía Benjamín Franklin: “Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad”.