Según el último informe de la National Science Foundation (NSF), las universidades norteamericanas otorgaron en 2014 una cifra record de más de 54.000 títulos de doctor. El informe IUNE 2016 sobre la Actividad Investigadora de la Universidad Española confirma también que durante la última década el número de tesis doctorales leídas en nuestro país se ha incrementado en más de un 38%, superando la cifra de 10.000 tesis por año. La expansión de la Universidad y de los centros públicos de investigación durante los últimos 30-40 años ha constituido el motor para que los graduados universitarios españoles se embarcaran en la aventura del doctorado. Sin embargo, esta situación ha cambiado de un modo sustancial en los últimos años; el número de universidades públicas y de nuevas plazas en las mismas ha parado de crecer, las nuevas universidades privadas casi no realizan investigación, y los centros de élite creados en épocas de bonanza comienzan a experimentar un estancamiento. Las expectativas de una carrera académica parecen estar llegando a su agotamiento y empieza a ser necesario encontrar nuevas perspectivas para aquellos estudiantes que decidan hacer un doctorado. Por otro lado, esto no es una anomalía en el panorama internacional; en los Estados Unidos sólo un 12% de los que obtienen un título de doctor sigue una carrera académica, mientras que en el Reino Unido esa cifra alcanza sólo al 3,5% de los doctorados en ciencias.
En los países más desarrollados la incorporación de doctores a la industria es una opción frecuente. Sin embargo, según datos del Ministerio de Economía y Competitividad correspondientes a 2014, sólo el 5,5% del tejido industrial español lleva a cabo actividades de I+D, algo que parece muy escaso para poner en marcha la denominada economía basada en el conocimiento. Por otro lado, resulta cada vez más evidente que la I+D no sólo es necesaria en grandes y medianas empresas, sino que también es esencial para las spin-offs y startups que frecuentemente se crean desde las universidades, o se incuban en los Parques Científicos impulsados por éstas, y cuya supervivencia depende de su capacidad de atraer capital, para lo cual es imprescindible el desarrollo de tecnología propia. Este panorama representa una oportunidad para impulsar la cooperación entre universidad e industria en la formación de doctores enfocados a desarrollar I+D con aplicación industrial, que puedan incorporarse posteriormente a las empresas. Aunque ya existe la Mención de Doctorado Industrial, y en muchos países existen Planes de Doctorados Industriales, la formación investigadora enfocada a la industria tiene características propias que aconsejarían la implantación de Programas de Doctorado Industrial específicos, y en cuyo diseño las universidades deberían contar con la implicación de las Oficinas de Transferencia de Resultados de la Investigación, y la complicidad de las administraciones autonómicas, no sólo para posibilitar la verificación de los programas, sino también poniendo a disposición de los mismos contratos de formación predoctoral. Y todo ello sin detrimento de los recursos para la formación convencional de doctores, asignados actualmente.
por José María Carrascosa
Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid.