Chicos y chicas que han entrado en la espiral de la violencia de género a lo largo de sus relaciones lo han hecho sin ser conscientes de ello, desarrollando un vínculo de dominación sumisión que se ha hecho fuerte progresivamente, y normalizando esa relación tóxica bajo los ideales aprendidos del amor romántico y el modelo imperante de masculinidad. Fruto de ello, los primeros signos de la violencia de género en la adolescencia, desde los celos y las humillaciones hasta el control del móvil y las redes sociales, tienden a justificarse en nombre de un ideal de amor patriarcal, donde se considera normal que el varón imponga sus criterios o quiera controlar a “su chica”.
Se trata de algunas de las conclusiones del estudio Voces tras los datos: una mirada cualitativa a la violencia de género en adolescentes, impulsado por el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), y que ha sido presentado por la consejera de Igualdad y Políticas Sociales, María José Sánchez Rubio, junto a la autora del mismo, la socióloga Carmen Ruiz Repullo. Según dicho estudio, una de las conclusiones más llamativas es que ese modelo de masculinidad hegemónico tiene también su reflejo en las propias relaciones sexuales de las parejas que viven violencia de género, ya que en la totalidad de los casos las víctimas han sufrido algún tipo de violencia sexual.
El estudio cualitativo ha sido realizado a través de entrevistas en profundidad a 22 víctimas adolescentes que son usuarias del Programa de Atención Psicológica a Mujeres Menores de Edad Víctimas de Violencia de Género, del Instituto Andaluz dela Mujer, así como a seis chicos condenados por violencia en el ámbito familiar, y que consta que han ejercido maltrato con sus parejas. Según ha explicado la consejera, la iniciativa tiene como fin conocer los mecanismos que llevan a vivir la violencia de género en la adolescencia y los soportes que invisibilizan esa violencia, para “poder así mostrar a la juventud la ceguera de la cultura machista que han aprendido, que les puede llevar al maltrato y que pueden desaprender para que no ocurra, para prevenir”.
A partir de las entrevistas realizadas a ellas, el informe concluye que las chicas han sido socializadas en un modelo de amor-sufrimiento, con el que ellas se identifican ante una película, un libro o una canción. A partir de ahí, todas las encuestadas reflejan ideas consolidadas como “el amor para toda la vida”, “la media naranja”, “los celos como signo de amor” o la esperanza de que “el amor lo cambia todo”. Por su parte, ellos reproducen el modelo cultural de masculinidad hegemónica: líderes de grupos, chulos, malotes… Tanto las chicas como los chicos creen que “el hombre duro y difícil” es el más atractivo, reproduciendo así los roles culturales aprendidos, pero sin ser conscientes de que ese mismo modelo determina las relaciones de pareja asimétricas y machistas.
Los jóvenes entrevistados se autodefinen como tranquilos y no se identifican inicialmente como machistas, pero a lo largo de las entrevistas expresan su tendencia a pensar que las chicas se dejan impresionar por dinero y poder, que los celos son signos de amor o que determinadas prendas de ropa son propias de “facilonas que provocan”. Tienden a no expresar sus sentimientos (con la idea de que “los chicos no lloran”), en sus conversaciones dan un gran valor a la virginidad de ellas, y utilizan la desconfianza y los celos como excusa para actuar de manera violenta. “Todos ellos son signos del machismo imperante”, ha señalado la consejera, quien ha llamado la atención sobre el hecho de que, “a pesar se todas estas señales, los chicos no se reconozcan machistas, y menos aún que el machismo les pueda llevar a la violencia”.
Tras un proceso de seducción en el que ellos llevan la iniciativa, en todas las relaciones analizadas se produce la llamada escalera cíclica de la violencia de género, en la que todas comienzan a subir una escalera donde cada escalón es una fase añadida de violencia (y en todas las fases o escalones se pasa por el ciclo propio de la VG: tensión, explosión, reconciliación): celos, control, aislamiento, manipulación emocional, descalificación, humillaciones, amenazas e intimidación, violencia física…
En este punto, el estudio señala que la mayoría de las adolescentes llega a este escalón de violencia física sin haber sido conscientes de la violencia psicológica previa, y que la pueden sufrir desde los inicios, a diferencia de las víctimas adultas. Asimismo, el informe pone el foco en la violencia sexual: todas las chicas que han mantenido relaciones sexuales con el chico agresor han sufrido formas de violencia sexual de diversos grados, desde las más sutiles a través del “falso consentimiento”, hasta las más severas como la violación o agresión sexual. Lo más llamativo es que gran parte de las víctimas tiende a normalizarla, al justificar que hacían prácticas no deseadas como muestra de amor (y siempre bajo presión de ellos). En este punto, la consejera ha señalado que no sólo se impone el modelo de masculinidad hegemónico, sino también “la sexualidad androcéntrica, un modelo que se reproduce a través de la pornografía, que ha llegado a sustituir a la educación sexual y reproductiva”. Por ello, Sánchez Rubio ha subrayado la necesidad de aplicar la Ley estatal de Salud Sexual y reproductiva, que apuesta por la formación como mejor herramienta de educación sexual.
El estudio también refleja el uso por parte de los agresores de las redes sociales y las nuevas tecnologías para ejercer la violencia de género, si bien se aprecia que el control tecnológico está tan extendido en la adolescencia que en un principio no levanta sospechas (de hecho, se ve como señal de amor).
Como consecuencia de la violencia sufrida, se aprecian efectos físicos y psíquicos en todas las víctimas, desde el rendimiento escolar, que se convierte en factor de detección, hasta la pérdida de apetito, la ansiedad, la somatización o la IVE en casos de embarazos. Asimismo, muchas adolescentes sufren un cuestionamiento de lo ocurrido por el grupo de iguales, lo que le favorece su aislamiento.
El estudio insiste en la naturalización e invisibilización de las distintas formas de violencia de género por parte de la juventud, por lo que apuesta por una mayor sensibilización de este sector poblacional, con especial incidencia en el ámbito de la educación sexual y el respeto a los límites de la pareja. El documento será utilizado como material didáctico en los talleres coeducativos en institutos, así como en la asignatura andaluza Cambios Sociales y Género, de oferta obligatoria en la ESO. Asimismo, según ha adelantado la consejera, el estudio servirá de base para el diseño de medidas de aplicación de la futura Ley.