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18 abril, 2024
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‘Mi vida al 21%’

El 21 ha sido un número que me ha perseguido a lo largo de toda mi vida. Al menos, lo que llevo de ella. Viví durante toda mi vida en el número 21, de un portal número doce (no entro en lecturas
paranoicas de casualidades numéricas: Jim Carrey me enseñó que no acaba siendo algo
excesivamente sano).

Posteriormente, estando ya en el colegio (no recuerdo mi etapa en la guardería; disculpen mi mala memoria), y por orden de apellidos, volvía nuevamente a ser el número 21. Recuerdo que, además, un tractor rojo acompañaba a ese número en mi carpeta de fichas. Detalles sin importancia. Más tarde, estando ya en época adolescente, quedé horrorizado al descubrir la gran verdad del mundo de la noche: la mayoría de edad, en ocasiones, sirve para bastante poco; en las discotecas que realmente llaman tu atención, por uno u otro motivo, el límite de edad para acceder lo marca el dichoso número.

Y entrando en ámbitos más personales, he sufrido en algunas ocasiones comparaciones, ciertamente odiosas, con algunos predecesores en los cuales el dichoso número había hecho aparición, de forma (quiero entender) fortuita, en ciertas partes de su desarrollo corporal.

Y es que con el tiempo he descubierto que las casualidades no son tales. El universo, aparentemente caótico, guarda un riguroso orden en todos y cada uno de sus acontecimientos, a priori, sin sentido. Y el maldito número, siempre presente.

Adrián Perea
Adrián Perea

Siguió pasando el tiempo y comencé una diplomatura, la cual no terminé. Concretamente, Relaciones Laborales. Abandoné la carrera cuando me quedaban cuatro asignaturas, o al cambio, 21 créditos. ¿Otra vez tú aquí? Otra vez él aquí. Me seguía. Lo tenía claro. ¡Maldito número!

Cuando tenía 21 años sufrí grandes perdidas en mi ámbito personal. Como no podía ser de otra
forma, número dichoso, acontecimientos dichosos. Haciendo un poco de memoria, recuerdo esta época especialmente como una época de cambios en mi vida. Aquí fue cuando abandoné la carrera y me puse a trabajar en una empresa. Empresa en la que me trataron excepcionalmente bien. Aprovecho para mandarles un saludo si leen este articulo. Ellos saben quiénes son. Fue una pena que tuviese que acabar el contrato con ellos. Por cierto, contrato de diecisiete horas semanales… más cuatro horas extras mínimas por mes.

Pasó un cierto espacio de tiempo sin que tuviese que preocuparme más por el citado numerito.
Digamos que me sentía liberado, como si me hubiese quitado una especie de losa de encima que me dificultaba el movimiento. Os prometo que era una sensación la mar de agradable. Pero claro, abrir puertas tiene esas cosas, que hay veces que lo que hay detrás no nos agrada al cien
por cien. Pero bueno, supongo que andar conlleva estos riesgos. Así que seguí caminando, y ahora me adentro en una nueva etapa en mi vida… y de nuevo él.

Os pongo en situación. Hace dos años comencé a estudiar Arte Dramático. Todo iba perfecto… y ya os digo: de repente, él. Y es que ya lo dijo tío Ben: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Os cuento. El número 21 vuelve a cruzarse en mi camino. Y en este caso, concretamente, en el de todos. Casi como aquel trabajador de puerta en la noche que me paraba en algunos locales pidiéndome los 21, en los teatros, cines y demás lugares dedicados a la cultura, un imaginario agente de seguridad restringe el paso con el pretexto de cumplir con su función de exigir ciertos mínimos impuestos.Y es que el IVA cultural supone, para mí parecer, ese palo en la rueda para quien busca algo más.

Poner trabas y dificultades añadidas a las ya existentes supone un paso atrás en un ámbito tan
abstracto, pero básico y fundamental para el desarrollo íntegro de cualquier persona, que resulta
ciertamente insultante. Y es que, para más INRI, no sólo el número aparece en mi vida, sino que miro al teclado mientras escribo esto, y casi como una maldición demoníaca (¡Universo, por qué eres así de cruel!), una consecución de cuatro letras me recuerda que sí, que ÉL está ahí, acechando. Vigilando desde abajo qué clase de cosas escribo. Me tapo los ojos. El miedo se apodera de mí. Como si estuviese viendo una película de terror, miro a través de mis dedos ligeramente abiertos el teclado. Pero no. No se ha ido. Sigue ahí. Observando.

W E R T

Y es que no me gustaría pensar que, también en este ámbito, hay un zorro cuidando de las ovejas. Me niego a pensar que, como tuve que escuchar yo en cierta ocasión, ‘es demasiado conejo para tan poca varita’.

Artículo escrito por Adrián Perea @AdriPerea, estudiante de Arte Dramático.

 


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