El dinamismo en las sociedades modernas ha arrinconado en el desván de los trastos inservibles a las diversas ideologías. Los dogmas ideológicos son artículos de enciclopedia, superados ampliamente por una realidad cambiante y cada vez más compleja.
Aunque algunos se empeñen en todo lo contrario, las ideologías han muerto y el pragmatismo se impone frente a las rígidas estrecheces dogmáticas, ahora revestidas con la fuerza coercitiva de lo políticamente correcto.
Esto viene a cuento respecto al abuso que muchos medios, políticos, tertulianos y colectivos, también universitarios, hacen de los prejuicios ideológicos, instrumentalizándolos y dedicando no pocos esfuerzos al encasillamiento, coloración y discriminación de cuantos no compartan sus planteamientos. El entorno universitario, como digo, no es una excepción en este terreno. Pero, ¿caben actitudes más acríticas y menos universitarias? Y sin embargo, se dan con una virulencia y con una radicalidad verdaderamente extremas.
El espantajo favorito del sectarismo es el supremo anatema del ‘fascismo’. En realidad, no son originales: Stalin inauguró esta detestable modalidad de descalificación, aplicándola, eficaz y mortalmente, a todos los disidentes de su tiranía personal.
Algunos se empeñan en colgar el sambenito de ‘fascista’ con tanta ligereza, como impropiedad
Algunos se empeñan en colgar el sambenito de ‘fascista’ con tanta ligereza, como impropiedad. Fomentan quiméricos temores –el miedo es el arma psicológica más eficaz para provocar el rechazo al adversario-, señalando ‘fascistas’ por doquier. Carentes de un discurso moderno, eluden el debate sobre nuestros auténticos problemas, mientras descalifican inquisitorialmente a los demás.
Se suponen poseedores de la verdad absoluta. Anclados en sus ideologías y en sus terminologías más rancias, mienten, difaman e intentan amedrentar. ¿Acaso no están actuando con métodos totalitarios más próximos al ‘fascismo’ que tanto critican?.